lunes, 16 de noviembre de 2009

FRÍO, PÓLVORA Y VIOLÍN

Frío, pólvora y violín
Zoilo se desliza por las calles arboladas. Acaricia y besa los capullos de las flores. Bailotea descalzo alrededor de la plaza grande en busca de una moneda y un aplauso. Guarda su violín sin cuerdas en el hueco del árbol. Con una caña y un sueño enhebra las notas.
A muy pocos se lo cuenta. Y cuando lo hace, sus ojos se nublan de pólvora y sangre. Entonces arma un cigarro y se va. El viento se lleva sus penas embolsadas y la piel se le agrieta hasta sangrar. Él vivió las bombas y las metrallas y sus pies se congelaron hasta dolerle.
Tenía hambre y sed y los zapatos rotos. Soñaba con un castillo enorme de chocolate que le sirviese de refugio, para dormir ahí, abrigado, y volver a ser niño y remontar barriletes hasta las nubes. Se acurruca sobre sus rodillas y es un espiral humano sobre la escalinata blanca del amanecer que no llega nunca.
Zoilo tiene un monumento que les hicieron con un montón de llaves viejas. Pero no le sirve porque no aplaude, no le habla, no lo mira. No lo mima.

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